lunes, 22 de febrero de 2010
Historia de los dos que soñaron, Anónimo
De las historias más entretenidas, no debemos sacar ninguna conclusión. Hete aquí lo que ocurrió a don Farrandez, de Sevilla, que hijo de una gran fortuna era y todo lo había perdido. Entre el juego y la bebida, sólo la descascarada casa donde vivía y la parcela de tierra donde cabía su único limonero le restaban. Bajo el árbol, dormía con pena y sin pausa. Pero, en sueños, un hombre, oculto el rostro bajo una capucha negra, le dijo que en Madrid, la gran capital, en un jardín tres veces más grande que el suyo, encontraría un tesoro que lo haría rico en oro, plata y rubíes. Que con el tesoro, le dijo el desconocido en sus sueños la segunda noche, compraría un jardín cien veces más grande que aquel de Madrid en el que estaba enterrado. Que con el tesoro, le dijo a la cuarta noche, viviría por siempre ya sin necesitar cosa alguna. Vendió, pues, el hombre su descascarada casa y se guardó para sí sólo el pequeño trozo de tierra donde cabía el limonero, para tener donde caerse muerto si su sueño fracasaba. Y, con el dinero de la venta, marchó, en carruaje, a Madrid.
Llegó agotado y sediento pero, antes de beber o descansar, se dirigió a pie a la casa revelada en sueños. El desconocido le había indicado, con pelos y señales, el lugar de la casa y el sitio exacto del tesoro en el jardín. "No es mucho lo que hay que cavar". Llegó, pues, de noche y con pala. No se fijó, siquiera, si habitaban la casa, si dormía o no el dueño, si la cuidaba o no un perro. "Si el personaje de un sueño me revela un tesoro," -se dijo Farrandez- "no me lo habrán de quitar un perro o un hombre". Pero la realidad es la realidad y los sueños, sueños son. Y el ruido de la pala contra la tierra, y la agitada respiración de Farrandez, despertaron al dueño de casa.
Corrió hasta el intruso con un arma de fuego, apuntándole a la frente preguntó:
- ¿Qué haces en mi casa, a esta hora, cavando en mi jardín?
- Le ruego me disculpe - dijo nuestro soñador -. No soy un ladrón. Durante cuatro noches, en mis sueños, se ha aparecido un desconocido diciéndome que aquí mismo, en su casa, en su jardín, bajo esta tierra, reposa un tesoro de oro, plata y rubíes que me está destinado sólo a mí.
- Hombre necio - le contestó el adormilado dueño de casa - no cuatro sino cientos de noches, un hombre se ha presentado en mis sueños para decirme que, en Sevilla, bajo un limonero, me aguarda el más grande tesoro en oro, plata y rubíes que pueda encontrarse en toda España. Incluso, en las cuatro últimas noches, el hombre de mis sueños me ha dicho: "Apúrate, pues sólo resta el limonero". ¿Y crees que me he apresurado? ¿Crees que he prestado el menor crédito a mis alocados sueños? Si los hombres corriéramos tras las profecías de nuestros sueños, nos chocaríamos unos contra otros y el mundo sería un caos. Vete a dormir ya mismo, que yo haré otro tanto.
Sin perder un minuto, don Farrandez regresó a Sevilla, a su pequeño trozo de tierra y a su limonero. Llegó de madrugada y agotado, con la pala. No descansó, se puso a cavar de inmediato. Y, por supuesto, allí estaba su tesoro de oro, plata y rubíes.
Llegó agotado y sediento pero, antes de beber o descansar, se dirigió a pie a la casa revelada en sueños. El desconocido le había indicado, con pelos y señales, el lugar de la casa y el sitio exacto del tesoro en el jardín. "No es mucho lo que hay que cavar". Llegó, pues, de noche y con pala. No se fijó, siquiera, si habitaban la casa, si dormía o no el dueño, si la cuidaba o no un perro. "Si el personaje de un sueño me revela un tesoro," -se dijo Farrandez- "no me lo habrán de quitar un perro o un hombre". Pero la realidad es la realidad y los sueños, sueños son. Y el ruido de la pala contra la tierra, y la agitada respiración de Farrandez, despertaron al dueño de casa.
Corrió hasta el intruso con un arma de fuego, apuntándole a la frente preguntó:
- ¿Qué haces en mi casa, a esta hora, cavando en mi jardín?
- Le ruego me disculpe - dijo nuestro soñador -. No soy un ladrón. Durante cuatro noches, en mis sueños, se ha aparecido un desconocido diciéndome que aquí mismo, en su casa, en su jardín, bajo esta tierra, reposa un tesoro de oro, plata y rubíes que me está destinado sólo a mí.
- Hombre necio - le contestó el adormilado dueño de casa - no cuatro sino cientos de noches, un hombre se ha presentado en mis sueños para decirme que, en Sevilla, bajo un limonero, me aguarda el más grande tesoro en oro, plata y rubíes que pueda encontrarse en toda España. Incluso, en las cuatro últimas noches, el hombre de mis sueños me ha dicho: "Apúrate, pues sólo resta el limonero". ¿Y crees que me he apresurado? ¿Crees que he prestado el menor crédito a mis alocados sueños? Si los hombres corriéramos tras las profecías de nuestros sueños, nos chocaríamos unos contra otros y el mundo sería un caos. Vete a dormir ya mismo, que yo haré otro tanto.
Sin perder un minuto, don Farrandez regresó a Sevilla, a su pequeño trozo de tierra y a su limonero. Llegó de madrugada y agotado, con la pala. No descansó, se puso a cavar de inmediato. Y, por supuesto, allí estaba su tesoro de oro, plata y rubíes.
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